Día 14: Otro París que no vi en su momento

Pese a que estuve cuatro meses viviendo en esta ciudad de París y que he vuelto un par de veces más, todavía hay sitios que no había conocido, a los que no me había acercado, y no era por falta de ganas, si no porque siempre ponía otros lugares por delante. Hoy había decidido acabar con alguna de esas lagunas. Y una que seguía dando vueltas a mi cabeza era la Basílica de St. Dennis. Situada en la periferia de París, en la ciudad del mismo nombre, alberga las tumbas de todos los reyes de Francia, hasta que este pueblo de manera inteligente decidió que no quería saber nada de gobernantes por no se sabe qué derecho.

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La Basílica se encuentra emplazada en la plaza principal de la ciudad, en la que también se encuentra el ayuntamiento y que, de manera inteligente, está peatonalizada para disfrute de turistas, viajeros y, sobre todo, de los habitantes de la ciudad. Externamente no es especialmente atractiva, pero lo bueno se encuentra dentro.

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Se trata de una Basílica gótica, el primer edificio gótico que se erigió en Europa, y como tal destaca por sus vidrieras, que otorgan una luminosidad mágica, sobre todo si te acercas en un día soleado como fue mi caso. Una vez que te has hecho con la panorámica general del lugar, puedes acceder al fondo dónde se encuentran las tumbas de los reyes de Francia (previo pago, of course). Estas se dividen en dos grupos: una serie de ellas se encuentran en superficie, mientras que otras están en la cripta situada bajo el altar. No existe una división temporal clara, hay de todas las épocas en los dos lugares, aunque, claro está, las más espectaculares arquitectónicamente se encuentran en superficie, con auténticas obras que rozan la megalomanía por parte de las personas enterradas en ellas.

 

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Sin embargo, todas las que se encuentran en la cripta están subordinadas al cuerpo central, donde se encuentra la presunta tumba de St. Dennis, martir y primer obispo de París. Una serie de paneles te explican por qué se cree que se encuentra aquí y cuáles son las pruebas de ello, junto con una bonita iluminación con la imagen del santo sobre la presunta tumba.

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Una vez que salgo de allí me doy cuenta de que la visita ha merecido la pena mientras me siento delante del ayuntamiento y me dedico a ver la vida de los habitantes de la ciudad pasar.

Para la tarde me había reservado un poco de pasear por el París más conocido por mi. Por supuesto, lo primero que hago es cumplir con una de mis tradiciones, costumbre que cogí cuando tenía ratos libres entre clase y clase en la Sorbonne: ir a sentarme en una de las sillas que hay en los Jardines de Luxemburgo para leer un buen libro mientras observo a los parisinos disfrutar de su ocio vespertino.

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Afortunadamente no hace demasiado frío para ser Febrero y disfruto cada uno de los minutos que estoy, recordando aquellos viejos tiempos, que no sé si fueron mejores o peores, pero sí distintos.

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Pero tengo que visitar otro lugar de París antes de que la noche caiga, así que me levanto y me acerco a la boca de metro de Luxembourg para acercarme a mi última parada diurna: Trocadero y, una vez allí, la Torre Eiffel.¿Hay mucha gente? Sí ¿Es muy típico? Sí. Pero la vista dese la parte alta del Palacio de Trocadero sobre el Sena y la Torre Eiffel hace que merezca la pena aguantar a las hordas de gente que se encuentran en el lugar.

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Pese a todo, me acerco a la base de la Torre, solo para descubrir cuando echo la vista desde el centro hacia arriba, que se ha desarrollado en mí un vértigo a la altura que no tenía en mi primera visita a la ciudad. Soy incapaz de mirar hacia la punta de la torre sin sentir un vértigo agobiante. Será cosa de la edad…

La noche ya comienza a caer sobre París y comienzo a pasear Sena arriba para pasar por la cúpula de Invalides, el Grand Palais y llegar a la Ile de la Cité para acabar de nuevo en «Shakespeare and Company», porque los grandes descubrimientos se merecen ser revisitados aunque solo sea un día después.

Aún me queda una mañana en París antes de volver a Zaragoza y eso será otra historia que os contaré en otro momento.

 

 

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