Escocia día 5: de Flodigarry a Flodigarry, un día en la isla de Skye

Amaneció un día extraño en Flodigarry. Si mirabas hacia el mar que se mostraba en mi ventana, el día era espléndido, incluso con retazos de sol que se asomaban entre las nubes. En cambio, cuando miraba hacia el interior de la isla, la niebla cubría la mayor parte de las montañas y creaban un paisaje sugerente, pero deprimente si se quería andar algo. Y es que uno de mis objetivos era una pequeña caminata hacia el Old Man of Storr, un pináculo con forma humana que se encontraba adentrándose en esas montañas. Pero ya llegaría le momento y lugar, así que no me iba a preocupar y comencé mi día de investigación de la isla de Skye.

Comencé conduciendo hacia el Sur hasta el mirador de las Mealt Falls, unas 11 millas para ir abriendo boca. Se trata de un mirador sobre un acantilado, desde el cual, al Norte, puedes observar una cascada que vuelca al mar las aguas de un pequeño río. Es un lugar muy transitado, pero la gente no está más de cinco minutos para ver la cascada y, por lo tanto, puedes conseguir un tiempo de tranquilidad para perder tu mirada hacia la cercana isla principal a lo lejos, hacia el horizonte.

Una vez soñado el futuro, me dirigí a la base del Old Man of Storr, un simple aparcamiento en un lado de la carretera desde donde sale el camino que en una hora y media o dos te lleva a la base de la roca. Comencé la ascensión con un buen montón de gente (es una excursión fácil y bastante famosilla por la isla). Pero cuando llevaba media hora de camino, empecé a adentrarme en la niebla que todo lo cubría y tras mucho pensarlo, decidí dar la vuelta. Era bastante evidente que al llegar arriba no iba a ver nada ya que las montañas estaban cubiertas de niebla, así que me entró la vena “ir pa’ná es tontería” y me di la vuelta para acometer otras visitas.

La verdad es que las distancias son mayores de lo que parece en Skye, pero eso se compensa con un paisaje magnífico que te obliga a parar cada poco tiempo. Así llegué a mi siguiente parada, el castillo de Dunvegan, perteneciente al clan de los MacLeod. Se trata de un castillo situado en la orilla de la bahía del mismo nombre, muy cercano a la población y que destaca sobre todo por unos jardines magníficamente cuidados y con distintos ambientes. El castillo por dentro no llama especialmente la atención, pero te permite el acceso a la terraza posterior con unas vistas increíbles sobre la bahía. Ni que decir tiene que la mayor parte del tiempo lo pasé paseando por los jardines y extasiado ante las vistas de la bahía.

Una vez salí del castillo se me presentaron dos planes ante mí: ir a las Coral Beaches, al Norte del castillo o dirigirme con el coche a Neist Point, el punto más occidental de Escocia, una acantilado con lo que se contaba unas vistas magníficas. Por tema de tiempo solo podía elegir uno, así que decidí ir a Neist Point. Una bucólica carretera me esperaba durante 30 millas, hasta que llegué al acantilado… cubierto por una niebla densísima que no me permitía ver ni siquiera el mar, tan solo intuirlo. Pese a ello me quedé un tiempo por allí, paseando entre la niebla e imaginando lo que se podría ver en un día normal. El campo cubierto de niebla daba al conjunto una sensación de tranquilidad y relajación que merecía la pena extender.

Cuando terminé de relajarme, y como la niebla no remitía, continué mi camino, esta vez recorriendo la costa oeste de la isla hasta enlazar con la costa este a través dela población de Sligachan y subir a la capital de la isla, Portree, donde se estaba celebrando una manifestación contra el cierre del único hospital de la isla. Distintos países, similares problemas…

Paseé por el pueblo durante un par de horas, mezclándome con la gente, escuchando a los oradores, hasta que emprendí el viaje de vuelta a Flodigarry. Pero el día aún me depararía una pequeña sorpresa, porque decidí parar en un pequeño aparcamiento a un lado de la carretera y tras una pequeña caminata me encontré en un acantilado precioso con una antigua planta de tratamiento minero en la playa, una pequeña cascada y el Sol que decidió acompañarme un rato después de un día de perros. Fue un final magnífico para una isla de la que, no voy a negarlo, esperaba un poquito más.

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