Por fin estoy de vuelta en mi ciudad. O, más bien, lamentablemente estoy de vuelta en mi ciudad. Porque eso significa que he dejado de viajar a lugares nuevos. Durante las últimas casi tres semanas he estado recorriendo los Balcanes, esas tierras que un día se llamaron Yugoslavia y que hoy están dispersadas en seis países distintos. En este viaje he tenido la suerte de estar en Croacia, Montenegro, Bosnia-Herzegovina y Serbia, y, sobre todo, he tenido la suerte de conocer de primera mano como se respira en esos lugares que para el resto de europeos son tristemente famosos por las guerras que los desangraron hace 20 años.
He visitado la costa dálmata croata, con la maravillosa (y cercana a la sobreexplotación) ciudad amurallada de Dubrovnik. He estado en la bahía de Kotor montenegrina, un lugar de cuento que no nos esperábamos. He explorado Bosnia y Herzegovina, las ciudades de Mostar y Sarajevo, el memorial de Srebrenica, viendo las cicatrices de la terrible guerra que asoló el país. He acabado en Belgrado, la capital serbia que quiere renacer de sus cenizas y olvidar todo lo malo a lo que se asocia a los serbios.
Me he emocionado delante de los cementerios blancos en todos y cada uno de los pueblos bosnios, he paseado por la pista de bobsleigh de unas antiguas olimpiadas, he andado por las murallas de Dubrovnik, he subido a la fortaleza de Kotor, he visitado la fortaleza de Belgrado,…, un gran montón de experiencias que todavía tengo que ordenar en mi cabeza y que prometo contaros en este blog. Mientras tanto, mientras asumo que he vuelto y empiezo a soñar en la próxima aventura, os dejo unas fotos de lo que ha sido mi viaje, un pequeño resumen gráfico.