Irlanda es una tierra de leyendas. Tierra de druidas, leprechauns y verdes llanuras que parecen no tener fin. La tierra de los arcoíris que esconden un barril de oro en su base. Y una de las leyendas que me atrajeron desde la primera vez que la escuché (y no tiene que ver que fuera el nombre de un bar que frecuentaba en mi juventud) fue la de la Piedra de Blarney. Según esta si besas la piedra se te concederá el don de la elocuencia. Sobre el origen de la piedra hay numerosas leyendas, pero la más extendida dice que llegó a Irlanda en 1314, siendo un trozo de la Piedra del Destino, como regalo del rey Robert I de Escocia al soberano de Munster (uno de los cuatro condados históricos en los que se divide a la isla de Irlanda).
¿Pero solo besarla?, os preguntaréis. Sí, pero no es tan fácil. La piedra se encuentra incrustada en lo alto de la torre y hay que besarla por la parte inferior. Como podréis ver por la foto que tengo de mi momento, no es exactamente fácil. Hay unas barras de hierro a las que te sujetas y reptas hasta llegar a besar la piedra cuando tienes más de medio cuerpo suspendido sobre el vacío.
La piedra se encuentra en el castillo de Blarney, situado en la localidad del mismo nombre, muy cerca de Cork, en la costa suroeste de la Isla Esmeralda. El castillo es una propiedad privada y se encuentra enclavado en unos terrenos mucho más grandes. La entrada es de 12 € (actualmente) e incluye la visita a todos los terrenos además del castillo.
Pese a que yo estuve en febrero, salió un día muy soleado y al llegar a la hora de comer se estaba muy bien. Entras por la parte baja de los terrenos, y en cuanto entras ya puedes ver al fondo el castillo irguiéndose sobre una roca. Te acercas caminando por un camino al lado del río Martin, casi un riachuelo. Cuando llegas a la roca, antes de subir al castillo, te quedas admirado de como la base de la mole se integra con la roca para formar una continuidad, y puedes entrar en pequeñas cuevas que se abren en la base de la roca y que son el origen de una serie de pasadizos que permitían el acceso al castillo. Desgraciadamente no te puedes introducir mucho porque están cerradas por peligro de desprendimiento, pero sí lo suficiente como para hacerte una idea.
Y una vez cotilleadas las cuevas te preparas para el plato fuerte: el castillo con su piedra de la elocuencia. Como ya he explicado antes, la piedra se encuentra en la parte más alta del castillo, así que comienzas la ascensión desde la parte baja con tranquilidad. El recorrido marcado hace que vayas pasando por cada una de las salas del castillo con paneles que te van explicando el sentido y el uso de cada una. Pero, la verdad, es que la mayoría de la gente están (estamos) en el castillo para lo que están, y no puedes dejar de mirar hacia arriba para ver cuando llegas al origen de todo, a la Piedra. Una vez en la azotea del castillo te acercas con un poco de respeto al lugar donde está la piedra y entonces ves la postura que hay que coger para besarla. Pero sabes a lo que vienes y no vas a renunciar a estas alturas al don de la elocuencia, así que te colocas en posición… y besas la piedra tal y como manda la tradición.
La verdad es que no te sientes muy diferente, pero bajas el castillo todavía pensando en la experiencia que acabas de pasar y pasas religiosamente por caja para conseguir la foto del momento, porque habrá que demostrarlo, ¿no? (yo fui en invierno y no había mucha gente, pero leí que en verano la cola para llegar al lugar donde está la piedra llega hasta la puerta de abajo del castillo, así que armaros de paciencia si vais en esas fechas).
Una vez cumplido el objetivo principal de la visita, te pierdes por los dominios del castillo. Empiezas a andar por caminos entre flores, bordeando un pequeño lago y te adentras también en un pequeño bosque entre cuyos árboles descubres pequeñas construcciones, silos para guardar grano o quizás lugares de culto pagano, quién sabe.
Ya cae la tarde, temprana por la época del año en que estamos, y decido salir del dominio para ir a recuperar mi coche, no sin antes echar un vistazo final a la piedra desde la base del torreón. Ahora toca conducir hasta Killarney, pero esa es otra historia que algún día os contaré también.