París, pese a todo y por encima de todo

Amo París. Odio París. Es la única ciudad el mundo que provoca en mí esos dos sentimientos tan encontrados. Y me ocurre desde el primer momento que pisé la ciudad hace casi quince años, en el otoño del año 2000 para pasar en ella mi beca Erasmus.

París me ha dado momentos maravillosos, y una buena cantidad de situaciones odiosas que me hacen plantearme por qué sigo volviendo cada cuatro o cinco años. Sí, porque desde aquel lejano 2000, he vuelto a París tres veces más, la última hace un año, y la ciudad sigue siendo la misma. Y sigue llena de parisinos. Porque, vamos a decirlo de una manera suave, los parisinos son gente especial. Vamos a dejarlo ahí, porque no quiero hacerme enemigos, aunque solo os recomiendo preguntar a un francés por los parisinos y él os lo dejará todo claro.

Pero, ¿sabéis?, todo da igual. Todo da igual cuando te pierdes por la Île de St-Louis y ves las casas abuhardilladas e imaginas a los escritores y pintores de principios de sigo inspirándose con esas vistas al Sena, mientras te sorprendes de que aún exista un remanso de paz en el loco París.

Todo da igual cuando cruza el puentecito que la une a la Île de la Cité y te sientas en los pequeños jardines que rodean la cabecera de Nôtre Dame mientras los turistas se amontonan al otro lado del edificio, en su portada.

Todo da igual cuando tras una jornada de clase en la Sorbonne te acercas a los Jardins de Luxembourg  y te sientas en una de las múltiples sillas alrededor del lago para leer un buen libro como si fueras un habitante más de esa urbe.Todo da igual cuando coges el RER y vas hasta el Chateau de Versailles para extasiarte ante la Gran Perspectiva en sus jardines y acabas perdiéndote entre setos y fuentes, tal y como hacía la familia real en el siglo XVIII.

Todo da igual cuando te subes a un barco de los que surcan el Sena y descubres que desde el río la ciudad parece otra muy distinta, y admiras una Torre Eiffel que nunca pensaste que pudiera ser tan majestuosa.

Todo da igual cuando simplemente paseas por la ciudad, descubriendo esquinas inolvidables donde vivir aventuras increíbles, o entras en el increíble Louvre o el más increíble si cabe Museo de Orsay, con el sabor todavía a los trenes que utilizaban el edificio hace un siglo. Da igual que lleves un mes viviendo en un albergue porque no encuentras un lugar para alquilar, da igual que debajo de tu ventana del albergue haya festival todos los días hasta las mil, da igual que tu hotel sea una pocilga pagada a precio de oro, da igual que no pare de llover y café y croissant se queden con tu presupuesto para todo el día.

Y cuando te das cuenta de que estás en una ciudad especial, cuando cae la noche, acabas en Shakespeare and Company para descubrir que la magia existe y perderte en unos pasillos imposibles con libros apilados hasta más allá de donde llega tu vista. Y confirmas que nunca podrás desengancharte de París.

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